REFLEXIONES SOBRE EL VIAJE DE LA PRÁCTICA EDUCATIVA A IRUYA

UNA NUBE DE PRÁCTICAS …….. Ó LAS PRÁCTICAS A LAS NUBES.
Mgter. Elizabeth Y. Carrizo

Cuando pienso en mi hacer las prácticas educativas año tras año, casi sin darme cuenta, casi de puntitas, me adentré en la tediosa y odiosa “rutina”.
Mala cosa la “rutina”, corroe el alma del docente y transmite angustia, pesadez, malestar y sobre todo priva del placer de aprender a los alumnos.
Una tarde dando clases vi el rostro de mis alumnos y la imagen devuelta fue bastante fea. Decidí entonces que había que tomar el toro por las astas y darle un vuelco radical a la materia.
El programa de la misma se convirtió en la propuesta metodológica en una especie de “historia” en la que cada alumno podía construir partes de varios itinerarios presentados y por ende llegar a diferentes finales según la opción realizada.
Pero todavía necesitábamos, mis alumnos y yo, un poco más de motivación. Fue así que al marco teórico, cuyos hilos nos van entretejiendo con la propia escuela de la mano de Lidia, de Margarita, de Aldo y tantos otros, le agregué “otras” actividades que también hacen al futuro rol como docente, desarrollando nuevas competencias. Pueden los alumnos elegir por ejemplo entre: una visita al museo de alta montaña, una obra de teatro, asistir a un concierto de la orquesta sinfónica y/o a un viaje.
El viaje pegó fuerte en mis alumnos, muchos de ellos nunca habían salido de la capital, tampoco conocían otras realidades con las cuales comparar el desarrollo del futuro trabajo como docentes.
Emprendimos la “gran aventura”, lo primero lo primero, el lugar, por unanimidad fue elegido “IRUYA”, un lugar colgado entre las nubes. Iruya está ubicado a 2780 m. Sobre el nivel del mar, a una distancia de 307 km. de la capital salteña. Al llegar a Iruya, la primera impresión que tienes es de un pueblo "colgado en la montaña", o más bien, de una isla, que está rodeado por los ríos Colazulí (Iruya) y Milmahuasi.
Aquí, los habitantes, vestimentas, costumbres y viviendas han mantenido su tradición a lo largo de 250 años. El poblado conserva sus calles angostas y empedradas, con casa de adobes, piedras y paja.
Los roles se invertían naturalmente, en una primera parte de la clase yo guiaba el timón adentrando al grupo en el análisis de los marcos teóricos, mientras que en una segunda parte de la clase eran mis alumnos los que coordinaban y organizaban el viaje: ropa, tiempo, comida, el informe, los grupos, los pagos, la donación, etc.
Las prácticas adquirieron una dinámica y un sentido que nunca antes había experimentado. Hasta los textos bibliográficos que propuse se leían con otro sentido.
Mientras se acercaba la fecha del viaje, decidimos que no podíamos ir con las manos vacías. Entonces invitamos a mis otros alumnos pertenecientes a una escuela de Artes, Danza Clásica y Teatro. Ellos también se prendieron a la experiencia y propusieron llevar una obra de teatro CAPERUCITA ROJA Y EL BOBO, un cuadro de expresión corporal BICHOS y una obra de títeres HUESITOS.
Además mis alumnos de los Profesorados de Matemática y Biología organizaron una colecta llamada POR LOS CHICOS DE IRUYA. Todo en marcha, pero sobre todo TODOS ENTUSIASMADOS, redimensionando los saberes que el aula se discutían. Armé una ficha con datos y preguntas para ahondar en el conocimiento de la escuela de Iruya vinculado con lo analizado en clases y con los dos ejes a trabajar en esta práctica: Gestión Institucional y Gestión Curricular, ficha que concluiría en un informe a presentar al concluir el viaje. Eso era lo que buscaba desde el principio: no discutir los contenidos en abstracto sino poder vivenciarlos y contrarrestarlos con diferentes realidades, pero sobre todo desarrollar en los alumnos/as competencias que apunten a generar sujetos críticos y comprometidos con la realidad educativa.
Llegó el gran día, los permisos otorgados, los bolsos armados, las donaciones en su lugar, las expectativas a flor de piel, las ganas de llegar a todos los lugares programados.
Me encontré con mis alumnos a las seis de una mañana helada pero con el corazón cálido y llenos de compañerismo y solidaridad para con todos los todos los integrantes de esta aventura. Recibí a los alumnos artistas y ayudamos a subir los bolsos con el maquillaje y el vestuario. Los mates humeantes, las tortillas saladas con un sabor especial, el sabor de quien emprende una tarea totalmente satisfactoria.
A la entrada de Jujuy subió un guía nativo, nos llenó la cabeza de historia jujeña, del general Lavalle, de batallas, del general Lavalle, de gauchos, del general Lavalle, de lanzas, del general Lavalle, de éxodos, y más general Lavalle.
Andamos caminos polvorientos, angostos, fue como adentrarme en el túnel del tiempo y pensar en qué nos encontraríamos más adelante. Subimos montañas, alto, alto, alto, nos llenamos de aire puro, de felicidad.
Hinché los pulmones lo más que pude, y en un altar pedí junto a mis alumnos/as a la PACHAMAMA por las prácticas, por la vida, por la amistad, por la salud, por la construcción del saber entre todos.
Retomé la vista en el camino nuevamente, y pensé: ¿qué sentirán mis alumnos?, ¿cómo harán los informes?, ¿quién será el más creativo? ¿ Qué pasará por sus mentes?. Yo me hacía esas preguntas, precisamente yo quien hasta hace un tiempo sentía el peso en las espaldas de la rutina de las prácticas. ¿Estaría surtiendo efecto el pedido hecho a la PACHAMAMA?
De repente el tiempo se detuvo aún más, ¿era esto posible? Y llegamos a un pueblito donde las madres llevan a sus hijos en mantas colgados a las espaldas, no se escucha más que el silencio mismo y algún que otro ladrido de perro, una terminal de ómnibus, una vieja y olvidada estación de tren, poca gente con andar lento y llegué como un torbellino con mis alumnos a romper la rutina silenciosa de ese pueblo.
De nuevo al ómnibus, de nuevo a mis pensamientos: ¿qué sentirán ahora? ¿estarán arrepentidos? ¿tendrá sus frutos tanto esfuerzo? El colectivo un solo grito, de repente las curvas y el precipicio nos proyectaron a una montaña rusa, todos gritaban, hasta mi garganta se sumó al coro de voces asustadas cargadas de adrenalina. Comencé a mirar a mis alumnos pasaron de un color rosa, a uno amarillo, a un blanco, a un violeta y hasta llegaron a un verde. Pero estoicos todos nos aguantamos la altura, el miedo, las curvas. En eso, doy vuelta mi cara y escucho que el mismo chofer reía a carcajadas limpias del miedo que se apoderaba de todos nosotros.
Y así en medio de tanto polvo, de tanta curva, de tanta adrenalina: se abrió el cielo y apareció IRUYA. El colectivo entero le puso de pie y se escuchó un solo grito: GRACIAS PROFE!!!!. Rosa vino corriendo del fondo del colectivo, medió un beso en la mejilla con lágrimas en los ojos y me dijo Dios la bendiga por este regalo que nos hace. Sí, el esfuerzo comenzó a dar sus frutos.
Miré hacia adelante y era cierto habíamos llegado a ese pueblo COLGADO DEL CIELO.
Recorrí con mis alumnos el pueblo, la escuela, subimos al mirador, casi quedo sin aire, pero el constante aliento de ellos no me dejó claudicar. El mismo guía asombrado me preguntó: ¿ha llegado hasta el mirador?, sí le dije, y no morí, al contrario he vuelto a vivir.
Finalmente regresé a la escuela, adolorida, cansada, pero con una fuerza interior, que además, se adivinaba en todos los alumnos. No sé de dónde sacamos fuerza. La escuela estaba repleta de niños/as, todos cantaban y bailaban, esperando ver que era aquello tan anunciado que los chicos de Salta habían llevado hasta su escuela.
Y entonces la magia se hizo presente, con música y ambiente sugestivo hizo su aparición CHILO, quien con gran destreza bailó BICHOS. Los niños/as se asustaron, luego se admiraron y finalmente aplaudieron corriendo para tocar a Chilo pensando que se trataba de un ser mitológico que había descendido hasta la escuela.
Luego aparecieron Lopecito y Rosa, ellos y sus títeres: la bruja y huesitos. Ellos, más pedagógicos, enseñaron qué son los títeres, quienes los manejan y lo que ellos (los niños) deben hacer para darle vida a los mismos. Nuevamente no pude dejar de mirar los rostros de los niños/as que pasaban del asombro absoluto, a la risa, al llanto, a la admiración. Y eso, se los puedo firmar, es impagable.
Finalmente aparecieron el broche de oro: Adolfo, Rodolfo ya no lo sé porque le he cambiado tanto el nombre que el pobre me acepta cualquiera, Lorena y Esteban con la obra de teatro CAPERUCITA ROJA Y EL BOBO. Fueron el deleite de los niños/as, y quieren que les diga algo, también fueron mi deleite, pues nunca disfruté tanto ver una obra de teatro.
¿Se preguntarán cuál fue mi papel?, no, no estuve sentada mirando la obra, barrí el patio para evitar que Chilo se lastimara los pies, armé el teatrino para Lopecito y sus títeres y armé la escenografía de la obra de teatro. Además colaboré con la musicalización en cada una de ellas. Luego participé en las entrevistas de los otros alumnos, quienes en grupo acosaron a cuanto administrativo o maestro se dejaba ver por la escuela. Rebuscamos en cada rincón de la escuelita, vimos sus héroes, analizamos sus carteles, vimos las rendiciones del comedor, vimos sus aulas, vimos su comedor, vimos su biblioteca. En fin analizamos todo lo que se pudo, puesto que esa información luego se iba a transformar en el informe final.
¿Y el cansancio? Se había ido como por arte de magia, al ver los hermosos rostros llenos de asombro de los niños/as de Iruya.
Emprendí cayendo las cuatro de la tarde el regreso, nos despedimos de la vicedirectora, de los padres, de los niños/as, nos despedimos de Iruya que nos recibió con el silencio más profundo, con la inocencia que solo los pueblos resguardados de las grandes urbes tienen, del sol, de la Iglesia, de la Pachamama.
Y fue entonces cuando el título de este trabajo reflexivo se me ocurrió. Aquella rutina que había ganado las prácticas el inicio del año lectivo, aquel hacer prácticas en las “nubes”, en los marcos teóricos, se solucionó. Había que llevar las prácticas a las “nubes”. Había que dejar un poco, un rato solamente, los autores, los libros y adentrarnos a la maravillosa realidad.
Hoy me encuentro ansiosa de que llegue el fin de semana para leer las, estoy segura de ello, maravillosas producciones de mis alumnos/as en sus informes. Porque sus ojos ya me lo venían advirtiendo cuando, sin perder el brillo, se cerraron por el peso del cansancio al emprender el regreso silencioso, polvoriento, pero cargado de esperanza.




El arte y la formacion docente